Estoy en contra de la evaluación continua, y te voy a convencer

Escrito por: José Luis Miralles Bono (tiempo de lectura: 13 ‘)

En el vasto y complejo mundo de la educación, donde cada término, cada metodología y cada enfoque pedagógico lleva consigo sus significados y carga histórica; la «evaluación continua» es un término que llegó en determinado momento a la historia educativa de nuestro país, con la esperanza de mejorar el proceso de evaluación. Sin embargo, hoy quiero desafiar la popularidad de este concepto. Mi crítica se centra en cómo el término ha sido malinterpretado y mal aplicado en muchos contextos educativos, transformándose en un mantra que, aunque puede que bienintencionado, a menudo pierde de vista el objetivo primordial de la educación: el aprendizaje significativo y profundo. Y es que, en los diferentes ámbitos dónde alguna vez tengo la oportunidad de hablar o reflexionar sobre evaluación (desde las clases de pedagogía en enseñanzas profesionales o superiores, la formación del profesorado o la preparación de oposiciones), noto que hay muchas confusiones y zonas grises donde los conceptos se entremezclan y el alumnado empieza a perderse en una búsqueda de cábalas matemáticas que aleja a la evaluación de lo que realmente debe ser.

Cuando indago entre mis alumnos de pedagogía sobre su percepción de la evaluación, invariablemente, sus respuestas orbitan alrededor de las notas, los boletines, y los porcentajes (y así queda reflejado visualmente también si se utilizan nubes de palabras). Esta asociación casi instantánea revela una profunda y arraigada visión de la evaluación como un sistema de calificación, un final en sí mismo, más que un medio. Es como si la vastedad del proceso educativo se redujera a meros números que, aunque necesarios, apenas rozan la superficie del verdadero propósito de evaluar.

Y cuando abordo el tema de la evaluación continua con ellos, todos están convencidos de tener una comprensión clara del concepto; sin embargo, al profundizar en sus explicaciones, la uniformidad se desvanece, dando paso a un mosaico de interpretaciones distintas. Y suelen estar fundamentadas en lo que les pasa en tal o cual asignatura.

Por un lado, algunos argumentan que la evaluación continua implica una acumulación de notas, donde cada actividad, desde el primer día hasta el último, contribuye de forma similar a la calificación final. Pero si nos paramos a pensar en ello, eso implica que si un día hiciste una cosa mal, aunque luego aprendieras a hacerlo, se te queda una mancha negra que no se puede quitar.

Por otro lado, hay quienes defienden una idea diferente: para ellos, evaluación continua significa que más que acumular notas, lo que se acumula son los «contenidos»y que, al final del curso, especialmente en el último trimestre, se evalúa todo acumulativamente, otorgando a esta última fase un peso mayor. Pero como estés pasando una mala racha a final de curso…

Las diferentes concepciones sobre evaluación continua

Llegados a este punto, ¿qué es evaluación continua? ¿que todos los trimestres contribuyan por igual a la nota final o que el último lo haga más?

Bueno, teóricamente también existe la posibilidad, de que el primer trimestre cuente más y el último menos, aunque desconozco que se aplique; ni nunca nadie me ha contado algo así.

Esta diversidad de opiniones nos lleva a una trampa mental fascinante y, a la vez, preocupante: la tendencia a traducir el concepto de evaluación continua en términos de notas y ponderaciones, debatiendo si «todo cuenta por igual» o si «el último trimestre cuenta más». Este enfoque reduce la rica y compleja noción de evaluación continua a una mera cuestión de cómo y cuándo sumar puntos. Al hacerlo, perdemos de vista el propósito original y profundamente transformador que inspiró la adopción de la evaluación continua en el sistema educativo. La esencia de este concepto no era únicamente recalibrar la balanza de las calificaciones en una época dónde dominaban los exámenes finales sin segundas oportunidades, sino fomentar un proceso de aprendizaje constante. Al centrarnos exclusivamente en las notas y su ponderación, caemos en la trampa de olvidar que la evaluación continua se introdujo como un medio para mejorar la enseñanza y el aprendizaje, no solo para ajustar cómo se calculan las calificaciones finales.

Analizando las diferentes concepciones sobre evaluación continua que han llegado a mis oídos, he llegado a esta categorización:

  1. Evaluación continua por ponderación igualitaria: Esta aproximación sostiene que todas las evaluaciones, ya sean exámenes, trabajos o proyectos, tienen el mismo valor o peso en la calificación final del estudiante, independientemente del momento del curso en que se realicen. La premisa subyacente es que el aprendizaje es un proceso uniforme y que cada etapa del curso contribuye por igual al desarrollo académico del estudiante. Aquí un alumno que trabaja más a inicio de curso y menos cada vez, teóricamente sacaría la misma nota que alguien que haga el camino inverso.
  2. Evaluación continua por ponderación creciente: En contraposición al enfoque anterior, esta concepción asigna un mayor peso a las evaluaciones realizadas hacia el final del curso, basándose en la idea de que los contenidos se acumulan y, por tanto, las competencias y habilidades a evaluar son más complejas conforme avanza el período académico. Este método reconoce el proceso de construcción progresiva del conocimiento, valorando en mayor medida la capacidad del estudiante para integrar y aplicar de manera comprensiva lo aprendido. Aquí un estudiante, podría perfectamente sacar buenas notas, si se espera a final de curso para hacer los esfuerzos necesarios para ello, ya que sabe que lo que pase en los primeros trimestres no es tan significativo; o incluso podría pasar que un alumno brillante, tenga una mala racha a final de curso y se vaya al traste todo su esfuerzo anterior.
  3. Evaluación continua por fragmentación de la final: Esta modalidad contempla la idea de dividir la evaluación final en varias partes o «fascículos» que se distribuyen a lo largo del curso. Cada segmento evalúa contenidos específicos, asegurando que se aborden de manera exhaustiva sin sobrecargar al estudiante con una única prueba final de gran envergadura. Aunque si algo en su momento te salió mal, y no se ofrecen oportunidades de «recuperación» esa «mancha negra» es imborrable y ahí se queda.
  4. Evaluación continua por continua evaluación: Esta interpretación se centra en la cantidad de evaluaciones, operando bajo la premisa de que cuantas más evaluaciones se realicen, más continua y efectiva será la evaluación. Este enfoque busca capturar una amplia gama de evidencias de aprendizaje, ofreciendo múltiples oportunidades para que los estudiantes demuestren sus conocimientos y habilidades. Sin embargo, puede caer en la trampa de valorar la cantidad sobre la calidad, conduciendo a una posible saturación de pruebas que más que apoyar, podrían obstaculizar el proceso de aprendizaje al enfocarse excesivamente en la calificación en lugar de en el desarrollo de competencias profundas y significativas.
  5. Evaluación continua sin exámenes: Esta interpretación ya hace tiempo que va perdiendo adeptos, pero en un primer momento, algunos entendieron que evaluación continua es que no existen exámenes, y que solo se puede sacar las notas de los trabajos. Aquí, realmente, operaba la confusión de que si no se podía sacar toda la nota de un trimestre de un examen es que no podía hacer exámenes.

El error común de todas estas concepciones anteriores reside en pensar que la multiplicación de notas o correcciones por sí misma conduce a una mejor evaluación. Cuando la calificación «parasita» a la entidad a la que pertenece como subproceso de la misma, la evaluación, es cuando ya se ha perdido completamente el norte del motivo por el cuál se introdujo la idea de evaluación continua. Ya que no hemos de olvidar que la gallina no engordará en función del número de veces que la pesemos.

Y tú: ¿con qué concepción de la evaluación continua te identificas más?

Evaluación y Enseñanza

Existe una visión de la evaluación como si fuese un archipiélago: momentos aislados que emergen esporádicamente del océano de la enseñanza. Esta concepción arcaica concibe la evaluación como hitos discretos que interrumpen el flujo del aprendizaje, donde se transmite el conocimiento y luego, en instantes puntuales definidos por el calendario académico —sea al final del curso, cada trimestre, cada semana o incluso con mayor frecuencia en los casos más fervientes de evaluación continua—, se espera que el estudiante demuestre lo asimilado mediante un examen o prueba. Se asigna una nota y, con ella, se cierra el capítulo. Este enfoque permite una gran flexibilidad en cuanto a la temporalidad: puede aplicarse a un año, un trimestre, una semana, un día, una clase, una hora o incluso cinco minutos. Sin embargo, independientemente de la escala temporal que se elija, la evaluación sigue siendo percibida como un proceso separado del aprendizaje.

Al adoptar la evaluación continua bajo esta perspectiva, lo único que logramos es desmenuzar la evaluación final en episodios más pequeños, sin alterar el núcleo del sistema evaluativo. Este método, por más que se repita, no incide realmente en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Pero cuando evaluamos tenemos la oportunidad no solo de corregir o asignar una nota sino también de realizar algo mucho más profundo y significativo. La evaluación puede y debe ser una herramienta reguladora del proceso de enseñanza. Cuando evalúo, obtengo una instantánea de dónde se encuentran mis alumnos en su trayecto de aprendizaje, y esta información es crucial para decidir los pasos a seguir.

Si tras evaluar, simplemente continúo con lo que ya estaba planificado, sin tomar en cuenta los resultados de esa evaluación, estoy desaprovechando su verdadero potencial. En este caso, la evaluación queda desconectada del proceso educativo; se convierte en un fin en sí mismo, sin influir realmente en la enseñanza. No ha habido una verdadera integración de la evaluación en el proceso de enseñanza-aprendizaje, y por lo tanto, su valor es limitado.

Por otro lado, si después de evaluar tomo un momento para reflexionar sobre los resultados, identificar dónde están las dificultades y los éxitos, y luego ajusto mi enseñanza en función de estas observaciones, estoy utilizando la evaluación de la manera en que fue intencionada: como un mecanismo regulador. Esta adaptabilidad, este estar dispuesto a modificar mi enfoque pedagógico basándome en la retroalimentación proporcionada por la evaluación, es lo que realmente permite que la evaluación tenga un impacto positivo y tangible en el proceso de enseñanza.

En este contexto, la evaluación deja de ser un simple acto de medición para convertirse en un catalizador de cambio y mejora. Se transforma en un puente entre el saber y el hacer, entre el enseñar y el aprender. Cuando la evaluación se utiliza para informar y guiar la enseñanza, se establece un diálogo continuo entre el profesor y el estudiante, un diálogo que enriquece la experiencia educativa y promueve un aprendizaje más profundo y significativo. En última instancia, la evaluación debe ser un proceso dinámico que alimente constantemente el ciclo de enseñanza y aprendizaje, asegurando que cada paso adelante esté informado por una comprensión clara de dónde estamos y hacia dónde necesitamos dirigirnos.

Cambio de paradigma

Y llegados a este punto, podemos preguntarnos, ¿por qué cundo se habla de evaluación se piensa enseguida en notas? o ¿por qué cuando se habla de evaluación continua nos enzarzamos en la decisión de qué pondera más o menos?

En países hispanohablantes es muy común encontrarnos este paradigma cuándo se habla de evaluación:

  • Evaluación inicial
  • Evaluación continua
  • Evaluación final

No hay programación que se presente a oposiciones que no tenga esta lista anterior.

Pero, cuando vamos a textos del entorno anglosajón, este paradigma (que parece central en nuestra concepción moderna de la evaluación) no aparece apenas citado por ningún lado. En su versión más esquemática, aparece el siguiente paradigma:

  • Evaluación sumativa
  • Evaluación formativa

Aquí, la evaluación formativa se entiende como aquella que se realiza de manera continua a lo largo del proceso de aprendizaje, con el objetivo de proporcionar retroalimentación que permita ajustes tanto en la enseñanza como en el aprendizaje. Su propósito es informar y mejorar el proceso educativo, no solo calificarlo.

Por otro lado, la evaluación sumativa se utiliza para valorar el aprendizaje al final de un periodo educativo, proporcionando una medida del éxito o competencia alcanzada en relación con los objetivos de aprendizaje. Generalmente, es esta evaluación la que culmina en la asignación de notas o calificaciones.

La distinción entre evaluación formativa y sumativa subraya una comprensión más profunda y matizada de la evaluación: no solo como un mecanismo para calificar, sino como una herramienta esencial para fomentar y guiar el aprendizaje. Mientras que el paradigma predominante en los contextos hispanohablantes tiende a enfocarse en el ciclo temporal de la evaluación (inicial, continua, final), el enfoque anglosajón destaca la función pedagógica de la evaluación (formativa para el aprendizaje, sumativa para la certificación).

A menudo, encontramos una simplificación excesiva en la conceptualización de la evaluación, donde se intenta encajarla dentro de compartimentos estancos: inicial como diagnóstico, continua como formativa, y final como sumativa. A primera vista, esta clasificación parece ofrecer una estructura clara y ordenada para el proceso evaluativo. Sin embargo, al adoptar esta postura sin una reflexión crítica, corremos el riesgo de trasladar los mismos problemas que emergen al centrarnos en el «cuándo» y no en el «por qué» de la evaluación, a un nuevo conjunto de términos que, aunque menos utilizados, no están exentos de complicaciones.

Este enfoque hereda y perpetúa la trampa de priorizar la temporalidad sobre la intencionalidad pedagógica. Al etiquetar la evaluación inicial únicamente como diagnóstica, podemos limitar su capacidad para informar y ajustar la enseñanza desde el comienzo del proceso educativo. De manera similar, al considerar la evaluación continua exclusivamente como formativa, podemos obviar la oportunidad de utilizarla también como una herramienta sumativa en ciertos momentos, perdiendo así la riqueza y la flexibilidad que ofrece este enfoque. Finalmente, al definir la evaluación final estrictamente como sumativa, se corre el riesgo de reducir todo el proceso de aprendizaje a una medida final, desvinculada del desarrollo continuo del estudiante.

Este modelo, al heredar la focalización en el «cuándo» en lugar del «por qué», no solo limita nuestra comprensión y aplicación de la evaluación sino que también nos aleja de su verdadero propósito: mejorar el aprendizaje y la enseñanza. Necesitamos superar la visión reduccionista que separa artificialmente la evaluación en categorías basadas en su momento de aplicación, para abrazar una perspectiva más integradora y funcional que reconozca la evaluación como un proceso continuo y adaptativo, capaz de servir múltiples propósitos a lo largo del itinerario educativo.

¿Te he convencido?

Tras desgranar los distintos enfoques, malentendidos y trampas conceptuales que rodean a la evaluación continua, vuelvo al punto de partida, al título provocador de este post: «Estoy en contra de la evaluación continua, y te voy a convencer». A lo largo de este viaje reflexivo, mi intención no ha sido desacreditar la práctica de evaluar de manera regular y sistemática, sino más bien cuestionar y profundizar en cómo entendemos y aplicamos este concepto en el ámbito educativo.

Lo que critico es la superficialidad con la que a veces se aborda la evaluación continua, reduciéndola a una simple acumulación de notas o a un calendario de exámenes, sin aprovechar su potencial para enriquecer y transformar el proceso de aprendizaje. Estoy en contra de una evaluación continua que no cumple con su promesa de ser un mecanismo dinámico y formativo, que guíe tanto a estudiantes como a docentes hacia una mejora constante.

Mi argumento se centra en la necesidad de repensar y redefinir la evaluación continua, no como un fin en sí mismo, sino como una parte integral y esencial del proceso educativo. Una evaluación que sea verdaderamente continua no solo en el tiempo, sino en su capacidad de influir, adaptar y mejorar la enseñanza y el aprendizaje. Una evaluación que sea formativa por naturaleza, que valore el progreso y la reflexión sobre la obtención de una calificación final.

En nuestra reflexión final, llegamos a un punto crucial: la necesidad de trascender el paradigma tradicional de evaluación inicial/continua/final. Ha llegado el momento de dejar atrás el término «evaluación continua» como lo hemos conocido, para abrazar el paradigma de formativa/sumativa. Este cambio no es meramente semántico; es una invitación a comprender que la esencia de la evaluación formativa ya implica una continuidad inherente, no como una adición o estrategia aparte, sino como el corazón mismo de lo que significa evaluar.

Así que, si has llegado hasta aquí, espero haber sembrado al menos la semilla de la duda, o mejor aún, haber contribuido a un cambio de perspectiva sobre lo que significa evaluar y ser evaluado. La verdadera evaluación debe ser una aliada en el camino del aprendizaje, no una carga o un mero trámite. Debe ser un proceso que, lejos de limitarnos, nos libere para explorar, entender y superar nuestros propios límites. Porque, al final del día, lo que realmente importa no es la nota que obtenemos, sino el conocimiento que construimos, el entendimiento que desarrollamos y la manera en que crecemos como aprendices y como personas.

Nota Final:

Esta entrada de blog ha sido una colaboración única y enriquecedora entre el autor y ChatGPT. A lo largo de este proceso, hemos entablado un diálogo constructivo, donde las ideas del autor se han entrelazado con las capacidades analíticas y de generación de texto de ChatGPT. La intención no era simplemente delegar la escritura, sino más bien emplear esta herramienta avanzada de inteligencia artificial como un socio en el proceso creativo.

El autor planteó las ideas iniciales, preguntas y estructura temática, a las cuales ChatGPT respondió con propuestas de texto, sugerencias y ampliaciones conceptuales. Esta interacción permitió explorar diferentes perspectivas y profundizar en el tema de la evaluación continua con una riqueza y profundidad que, esperamos, hayan enriquecido la discusión.

Cada sección del blog fue revisada y refinada en este proceso colaborativo, asegurando que la voz del autor permaneciera al frente, mientras que las capacidades de ChatGPT se utilizaban para expandir, clarificar y enriquecer el contenido. Este enfoque híbrido ha demostrado ser una manera poderosa de abordar temas complejos, combinando la intuición humana y la creatividad con la eficiencia y la vasta base de conocimientos que la inteligencia artificial puede ofrecer.

Es importante reconocer que, aunque ChatGPT ha sido una herramienta invaluable en este proceso, la visión, las opiniones y las conclusiones finales pertenecen al autor. La tecnología ha servido como un medio para explorar y articular estas ideas de manera más efectiva, demostrando el potencial de la inteligencia artificial como complemento a la creatividad y el pensamiento crítico humanos.

Esperamos que esta nota final ofrezca una visión transparente y honesta sobre el proceso detrás de esta entrada de blog, y que inspire a otros a explorar las posibilidades que la colaboración entre humanos y tecnología avanzada puede brindar en la creación de contenido reflexivo y significativo.


José Luis Miralles Bono

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